Vislumbramos el final de las fiestas navideñas, y toca empezar a poner en orden las consecuencias de los excesos, sobretodo con la comida. Si bien proponerse cuidar la alimentación es siempre un buen propósito, poca gente hay que lo haga pensando además en sus dientes. En este punto conviene tener en cuenta que una gran parte de los hábitos que tenemos con la comida afecta directamente a la salud de nuestros dientes, y más concretamente a nuestro esmalte dental. Por cierto, ¿tenemos claro de lo que hablamos cuando mencionamos el esmalte?
El esmalte es ni más ni menos que la capa que recubre los dientes, la última frontera que protege cada una de las piezas de nuestra dentadura, y además es el escudo más fuerte de cuantos dispone el cuerpo humano.
El esmalte está ahí para proteger los dientes, tanto de agentes bacterianos como de impactos y presiones ejercidas sobre ellos. Curiosamente es translúcido y está compuesto de un mineral biológico de gran dureza llamado hidroxiapatita que –otra curiosidad– al microcopio se presenta como una especie de cristal de prismas hexagonales. Este portento de la naturaleza humana podemos considerarlo un regalo insustituible ya que el organismo no tiene la capacidad de regenerarlo cuando sufre algún daño y todos los intentos por remplazarlo solo lo han logrado recurriendo a sustancias mucho menos resistentes. Aún así, gracias a algunos avances odontológicos presentados en Japón por el científico Shigeki Hotsu podemos albergar la esperanza de contar algún día con recambios de nuestro esmalte compuestos de la misma hidroxiapatita.
A diferencia de lo que mucha gente cree, el esmalte no dota de ningún color al diente. Al ser este translúcido, lo que hace es mostrar la dentina que hay debajo, la capa inmediatamente inferior. Es la dentina la responsable del color de nuestros dientes.
Con el tiempo, y sobretodo debido a los malos hábitos y su constante exposición a determinados alimentos y bebidas poco recomendables (sobretodo las que tienen altas dosis de azúcar), el esmalte se empobrece, se desmineraliza, y con él empezamos a perder nuestra mejor defensa para unos dientes sanos y bonitos.
Teniendo en cuenta que el esmalte no se regenera, el mejor método para conservarlo es evitar en todo lo posible el consumo de azúcares, edulcorantes, bicarbonato, colorantes, conservantes, alcohol y ácidos dañinos. Si se presta la ocasión, entonces la segunda mejor defensa del esmalte es el cepillado después de cada comida acompañado de irrigador y seda dental.
Cuando el esmalte se ha debilitado empieza a producirse hipersensibilidad y se dispara la posibilidad de caries.
Por otro lado hay alimentos capaces de frenar los efectos de la placa bacteriana sobre el esmalte, como, por ejemplo, el té verde y las verduras. La saliva también es un a gran aliada contra las bacterias que atacan el esmalte.
Pero los enemigos del esmalte no solo se encuentran entre los alimentos. También hay prácticas deportivas que atentan contra la integridad del esmalte. Por ejemplo, la natación. El cloro ataca el esmalte y un exceso de exposición al cloro puede desestabilizar nuestra salud bucal. Y por supuesto ¡el tabaco! que genera manchas y debilita el esmalte.
Cuando el esmalte se debilita los dientes pierden su defensa ante la amenaza de las bacterias que se acumulan en los dientes. Las bacterias generan desechos ácidos que abrasan las capas inferiores del diente en dirección al nervio y en última estancia atentan contra la vida del propio diente. El esmalte débil se vuelve opaco, oscuro, desluce la imagen del diente, y además no es capaz de cumplir con su función defensiva.
Por todo ello, un excelente propósito de año nuevo es hacerse una limpieza profesional que elimine cualquier proceso activo que atente contra nuestro esmalte y volver a los buenos hábitos alimenticios que permiten recuperar la salud y la tranquilidad acerca del estado de nuestro esmalte.